Había una vez un príncipe enamorado de una hermosa princesa, pero que tenia miedo de que ella no correspondiera a sus sentimientos y por eso se alejó. Viajo hacia otro reino para no volver a verla, pero la princesa ya acostumbrada a verlo constantemente comenzó a extrañarle y a preocuparse por su ausencia.
Luego de no verle por varios días, la princesa le mando a buscar con los guardias reales. Tardaron un poco pero al final lo encontraron.
- No quiero volver - les dijo el príncipe. - No quiero ver destrozadas mis esperanzas con ella.
Al enterarse de las noticias, la princesa se sintió muy enojada y decepcionada. - Vaya príncipe que es... - dijo ella.- Si no puede luchar por la persona que ama... - se detuvo en medio de la frase. - Aun sin saber si quiera mi respuesta... - concluyó ella tristemente y se marchó a su habitación donde estuvo varios días encerrada.
El rey que estaba preocupado por el bienestar de su hija, mando a buscar al insolente que había causado el daño. Pronto lo trajeron ante él, sin muy buenos tratos.
- Habla con mi hija - le ordeno. - Y más te vale que salga de ese lugar siendo la misma de antes.
El príncipe no tuvo ni siquiera oportunidad de responder, a empujones fue llevado ante ella. Sin tener más escapatoria, finalmente se decidió a confesar sus sentimientos. La princesa con lágrimas en sus ojos respondió. -¿Crees que puedes jugar así con los sentimientos de las personas? ¿no podrías simplemente haber preguntado en ves de salir huyendo?... claro que te he visto, siempre te he visto, te he observado desde mi ventana... ¿como no iba a preocuparme cuando no te volví a ver?
Y entonces repentinamente la princesa cayó desmayada, el príncipe preocupado corrió junto a ella y rápidamente avisó para que llamasen al doctor.
El doctor anuncio que se encontraba muy débil porque no había comido bien en varios días.
- ¡Bastardo! ¡debes hacerte responsable por lo que le has hecho a mi hija! - dijo el rey malhumorado agarrando al príncipe por la camisa, quien cambió su semblante a uno serio y respondió.
- Tiene razón, si me lo permite, desearía casarme con su hija - dijo con tono serio e incándose sobre la rodilla.
Todos en la habitación quedaron perplejos.
En cuanto la princesa se recupero, se celebró la boda. La princesa lucia una sonrisa más radiante que nunca.
FIN
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